(Ciencias de Joseleg)(Química)(Lenguaje químico)(Formulación y nomenclatura inorgánica) (Ejercicios resueltos)(Introducción)(Historia)(Generalidades de la nomenclatura tradicional)(Generalidades de la nomenclatura Stock)(Generalidades de la nomenclatura sistemática)(Nomenclatura de isótopos)(Formulación química)(Fórmulas químicas teóricas)(Elementos)(Hidruros no metálicos)(Óxidos)(Hidróxidos)(Oxácidos)(Iones)(Sales)(Referencias bibliográficas)(Versión documento word)
La nomenclatura química es un sistema de comunicación
científico, que después de las expresiones de unidades de medición, conforma
uno de los lenguajes más básicos y universales con los que los científicos
forman comunidades. A diferencia de otros lenguajes mucho más especializados
como los que se emplean en física de partículas o en genética de poblaciones,
el lenguaje química trasciende a múltiples campos, permitiendo a los
científicos poco especialistas tener puntos de anclaje a nuevos campos, o
incluso dando la puerta de acceso a cambios de campo de investigación, como
ocurrió a finales de la segunda guerra mundial, cuando muchos físicos
horrorizados con el inconmensurable poder de las bombas atómicas que ellos mismos
habían ayudado a construir decidieron dedicarse a otros aspectos de las
ciencias de la naturaleza, específicamente la química orgánica. Aunque en ambos
campos los lenguajes especializados son diferentes, había un aspecto común,
tanto en física como en química se trabaja con sustancias que requieren
nombres, nombres que no cambiaban al cambiar de campo científico. Por tal razón
se puede decir que el lenguaje químico, como el lenguaje de las unidades de
medición, son metalenguajes científicos, que integran a los diferentes campos
de las ciencias de la naturaleza y les confiere una identidad como
metacomunidad, la comunidad de los científicos a secas.
La nomenclatura química crea un conjunto de símbolos
económicos en tamaño, pero potentes en significado, que permiten el
entendimiento entre las comunidades de diferentes campos científicos, no solo
de químicos, sino de todos los científicos. Debido a tan cosmopolita uso, es de
crucial importancia, tanto en la actualidad, como en el pasado, disponer de un
sistema de reconocimiento de la sustancia con la cual se está trabajando. El
principal objetivo de la nomenclatura química es la de proveer una metodología
para asignar descriptores a las sustancias químicas para que puedan ser
identificadas sin ambigüedad, y así permitir la comunicación, la cual según
Kuhn (1970; 2010) es el prerrequisito fundamental para la creación de una
comunidad científica, aunque evidentemente aquí estaríamos hablando de crear la
comunidad de comunidades científicas. Los descriptores que se emplean son de
dos tipos, estructuras y nombres, y esa es la razón por la cual el capítulo de
nomenclatura química está íntimamente al de formulación, ambos en sentido laxo
de la palabra son modos de dar una descripción a una sustancia química
(Connelly et al., 2005).
Hay que destacar que la nomenclatura química comparte mucho de su más antigua pero menos conocida hermana mayor, la nomenclatura biológica, y no es solo que una se funda bajo los preceptos de la otra, sino también que ambas comparten problemas semejantes. En biología es común asignar un nombre científico a una especie, y luego darte cuenta de que lo que creías era una especie única en realidad es un conjunto de especies evolutivamente relacionadas, por lo que tu descriptor se transforma en un género y las demás se vuelven especies. En química pasa algo semejante, das un nombre a una sustancia, pero con el mejoramiento tecnológico y los requisitos de la industria te das cuenta de que lo que has estado fabricando no es una, sino un conjunto de sustancias estrechamente relacionadas estructural y reactivamente. Aunque dependiendo del campo de estudio no es estrictamente necesario tener un nombre único para cada sustancia única, ese es el objetivo ideal. En caso de no lograrlo, el objetivo secundario es el de minimizar la cantidad de nombres aceptables (Connelly et al., 2005).
Figura 2. El oro es uno de los elementos más antiguos reconocidos por la
civilización humana.
El origen de la nomenclatura química inorgánica se remonta
desde la Edad Antigua con los aportes realizados por diferentes civilizaciones
que se constituían en Egipto, Mesopotamia, China, India y Grecia, pasando por
la Edad Medieval con el inicio de la alquimia y la Edad Moderna donde se
presentan los mayores aportes generados por diferentes científicos dentro de
los que se destacan Lavoisier, Dalton y Berzelius, para la consolidación de la
nomenclatura química inorgánica y finalmente la Edad Contemporánea donde surge
la IUPAC que se encarga de unificar por medio de reglas los nombres de las
sustancias inorgánicas (Suárez, Rojas, & Miranda, 2009).
En Egipto se conoció el oro y la plata debido a su alto grado de utilidad para embellecer los templos, palacios y tumbas de las clases más altas que constituían el poder, así como el uso de adornos y bordados que se hacían a los sacerdotes para la decoración de su cuerpo y sus vestidos como los creados al sacerdote levita Aarón hermano de Moisés perteneciente al clero que era la clase social más alta de la época. Estos metales se obtenían por el proceso de levigación que consistía en pulverizar la roca para un posterior lavado en artesas de madera, finalmente se trataba con esponjas las cuales se quedaban adheridas a este recipiente formándose una lámina del metal oro que causaba gran admiración debido al color atractivo que poseía (Suárez et al., 2009).
Figura 3. El deseo de los humanos
por el oro, la plata, el hierro, el cobre y el estaño impulsó el desarrollo de
las civilizaciones.
Para el año 2.500 a.C. el oro fue llamado “Nub” nombre que
adquirió porque era explotado de la Nubia (Díaz, 1981), región que queda al sur
de Egipto conquistada por el tercer faraón de la dinastía I, según su origen se
conocían dos clases de oro, el que provenía de las montañas llamado
“Nub-en-set” y el que provenía de los ríos llamado “Nub-en-um”, por el
contrario la plata era llamada “electrón” además existía otro metal muy
conocido el cual se observaba cuando se utilizaba el oro que contenía
proporciones altas de plata, por lo tanto se obtenía un metal de color blanco
llamado “asem” o “electrum” nombre otorgado por otras civilizaciones de Grecia,
en donde además los metales como el cobre, estaño, hierro, plata y oro eran
usados en la fabricación de vasos, trípodes y vasijas empleados para satisfacer
las necesidades de las clases sociales más bajas y los lujos de la nobleza y el
clero (Suárez et al., 2009).
De la misma manera en el año 2.500 a.C. las dinastías
egipcias III y VI conocieron otros metales como el cobre al cual se le denomino
“chomit” nombre que correspondería a las aleaciones de este metal, sin embargo,
en las épocas primitivas lo llamaron “kalkos” y “aes chyprium” nombre que se le
otorgó por encontrarse en la isla Chipre ó “operet” debido al color que
presentaba, pues esta palabra deriva de la palabra “aphar”, que significa
tierra rosada. Por otro lado, Huertas (1981) sostiene que la civilización
egipcia le otorgó nombres como “chomit” y después se le conoció como “men”,
“tehsel”, “opheret”. “Opheret” y “Baen-pet” significa hierro del cielo debido a
su origen meteórico obtenido a partir de la fundición de minerales como
limonita y magnetita (Suárez et al., 2009).
En China se generaron aportes con respecto a la formación de
la materia que la concebían como el universo, de allí surge el YIN y el YANG,
el primero correspondía al principio femenino, lo negativo, lo pesado y lo seco
regido bajo la luna, y el segundo era lo masculino, lo positivo, lo activo, lo
ardiente regido bajo el poder del sol, teoría que generó la idea que decía que
la materia estaba constituida por cinco elementos tales como: el metal, la
madera, la tierra, el agua y el fuego (Brock, 1992). Más adelante en la
civilización griega se dan dos escuelas de pensamiento, la materialista y la
espiritualista, la primera y más importante surge en Jonia que representa el
primer intento conocido de brindar una descripción del universo sin recurrir a
fuerzas superiores en donde surge una lista de símbolos para sustancias
químicas y palabras técnicas (López Cancio, 1984), de ahí la existencia del
Código Marcianus “imagen siguiente” (Suárez et al., 2009).
De otro modo según Huertas, (1981), la cultura babilónica perteneciente a Mesopotamia, pudo observar el cosmos relacionándolo con la humanidad a partir del horóscopo, de esto se decía que todo en la tierra estaba regido por los cinco planetas figura siguiente, el sol y la luna incluido los metales que eran importantes en el común de la humanidad y se relacionaban además con los días de la semana, sin embargo al adicionar a las diferentes formas un rasgo en particular se podían presentar diferentes sustancias, así por ejemplo al adicionarle tres líneas cortas a la parte cónica del símbolo oro se representaba la limadura de oro, diferente de cómo se presentaba la limadura de plata debido a que las líneas largas cubrían la luna que representaba la plata. Un rectángulo en la parte inferior de los símbolos de estos metales representaba las hojas de los mismos (Suárez et al., 2009).
Figura 4. En la alquimia algunos elementos fueron asociados a los planetas
conocidos y por ende a los dioses que estos representaban.
Para los alquimistas, su objetivo principal era el de
trasmutar los cuatro metales viles o bajos: cobre, hierro, plomo y estaño en
metales nobles: oro y plata, para esto se utilizaba el plomo fundido y
ennegrecido, sin embargo, este fue sustituido por el mercurio fluido a
temperatura ambiente. Para poder trasmutar estos elementos, era necesaria la
presencia de la “piedra filosofal” o “elixir de la vida”, la cual debía
eliminar las enfermedades, devolver la juventud, prolongar la vida e incluso
asegurar la inmortalidad, y en presencia necesariamente de un disolvente
simbolizado en varias ocasiones con un dragón (Huertas, 1981).
Figura 5. Las ciencias en el mundo antiguo eran un conocimiento hermético e
iniciático, por lo que sus símbolos se generaron apropósito para que solo los
iniciados pudieran entenderlos.
Figura 6. Con el descubrimiento paulatino de nuevas sustancias, el sistema
de símbolos alquimistas se hizo muy complejo y hasta caótico.
La particularidad de estos alquimistas al escribir en un
lenguaje claro era de gran relevancia en la época, sin embargo, la tendencia a
ocultar la ciencia en la que ellos participaban conllevo a que sus
publicaciones y prácticas tuvieran un lenguaje ocultista en cuanto al
nombramiento de las sustancias, debido a esto algunas sustancias y elementos
cambiaron sus nombres, generando que la sociedad ignorará este lenguaje,
desconocimiento que forjaría un atraso cultural. A partir de esto se dice que
los alquimistas mostraban una posición positivista al creer que eran los
poseedores de la verdad absoluta, por lo tanto, decidieron utilizar una nueva
simbología, en donde se propagaba la confusión y el misterio haciendo que la
alquimia no tuviera un progreso rápido y avanzado, pero constituyendo el primer
paso para la consolidación de un lenguaje propio de la química (Suárez et al.,
2009).
En el siglo XV el continente europeo se caracterizaba por el
alto índice de mortalidad a causa de las malas condiciones sanitarias de la
época, debido a que la medicina estaba poco desarrollada y la higiene era casi
nula se desarrollaron enfermedades como la peste, la lepra, el tifus y la
sífilis traída por los mercenarios desde Italia. Para esta época Paracelsus
(1493 – 1541) fundador de la iatroquímica o rama de la química y la medicina
preparó el “ALCAHEST”, un remedio casero que según él era capaz de curar todas
las enfermedades entre ellas la sífilis que según Paracelsus debía ser curada
por los “alcahest” específicos. Por otro lado, Paracelsus logra hacer la
diferenciación entre alumbres y “vitriolos” que se denominaban igual en aquella
época, además fue el primero en introducir el término “alcohol”,
correspondiente a la sustancia denominada “espíritu del vino” (Suárez et al.,
2009).
Un seguidor de Paracelsus e iatroquímico fue Van Helmont (1577 – 1614) o también llamado “filosofo del fuego”, quien Introdujo la palabra “gas” del latín Chaos, (carente de forma). Al calentar 28 kg de carbón vegetal y luego al quedar expuesto al aire el carbón quedó reducido a 2.2 kg de cenizas, el resto había desaparecido en forma de gas “gas carbónico”, al que llamó “espíritu silvestre”. De otro lado uno de los aportes que realizó Glauber (1604 – 1670), a la nomenclatura química fue la distinción que hizo entre los ácidos sulfuroso “spiritus volatilis vitrioli” y ácido sulfúrico “óleum acidum vitrioli”. Preparó el ácido nítrico “spiritis nitri” y el “ácido muriático” ácido clorhídrico ó “spiritus salis” (Suárez et al., 2009).
Figura 7. Aunque el flogisto fue la primera versión de una química no
esotérica, aun siguió empleando los símbolos alquimistas para las sustancias.
La capacidad que tenía un cuerpo para arder se debía, según
esta teoría a la existencia en su composición de una determinada y especifica
sustancia llamada flogisto. De acuerdo con la doctrina del químico y médico
Alemán Stahl (1660 – 1743), si una sustancia ardía o algún metal se calcinaba
se producía flogisto. Stahl explicó la combustión del azufre y su recuperación
después de tratarlo con “sal de tártaro” carbonato potásico. Por su parte
Joseph Black (1728 – 1799) reconoció la existencia de un gas en algunos
minerales hoy conocidos como carbonatos que se desprendía de ellos por
calentamiento y cuyas propiedades eran distintas a las del aire común a la que
le dio el nombre de “aire fijado” por ser fijado por la cal, actualmente este
aire es conocido como dióxido de carbono. Black considera el cloro como uno de
los cuerpos más notables de la química, en 1774 Mr. Scheele (1742 ¬ 1786) le da
el nombre de “ácido muriático deflogisticado”, cuando Black le añadió oxígeno
al “ácido muriático” y al observar cambios de aspecto y propiedades lo llama
“ácido oximuriático” (Huertas, 1981).
Más adelante, Geoffroy (1672 – 1731) retoma el simbolismo
alquimista “figura anterior” representando los ácidos y las bases, aunque con
algunas adiciones (Mosquera, 2000). Los símbolos de Geoffroy sirvieron de
inspiración para muchos trabajos como el realizado por Bergman (1734 – 1784),
que retoma algunos de sus símbolos y reconoce en 1775 el carácter acido de una
disolución de gas carbónico, además tiene del aire una concepción exacta al
considerarlo una mezcla de tres fluidos, el “ácido aéreo” (gas carbónico), el
“ácido viciado” (nitrógeno) y el “aire puro” (oxígeno). Además, a Bergman se le
debe el inicio del simbolismo químico especialmente para representar ácidos y
álcalis. Tomando viejos símbolos alquímicos los resignifica para nombrar grupos
de sustancias comunes como los álcalis o los ácidos (Huertas, 1981). Los
trabajos de Bergman fueron de gran importancia para la creación de una nueva
terminología química basada en la visión moderna de la composición, en otras
palabras, los típicos grupos de sustancias que enseñamos en la actualidad:
óxidos, bases, ácidos y sales. En 1774 Priestley comunicó a Lavoisier que había
recogido una nueva clase de aire al calentar la “cal roja de mercurio” este
aire favorecía más la combustión que el aire común. Comunicó sus resultados
hasta un año después, y dio al nuevo aire el nombre de “aire deflogisticado” u oxígeno
(Suárez et al., 2009).
En el siglo XVIII Lavoisier (1743 – 1794) ataca los constructos del flogisto sin contemplaciones, tras encontrar varias dificultades en esta teoría como la explicación poco satisfactoria que tenían los seguidores del flogisto al afirmar que cuando un metal se calcinaba perdía su flogisto y la cal que quedaba pesaba más que el metal original, algo muy contradictorio que un cuerpo gane peso por la pérdida de parte de su composición. De manera que una vez excluida la idea del flogisto, Lavoisier produce una verdadera revolución química. Guyton, Berthollet, Fourcroy, G Monge, A. Seguin y N. L. Vauquelin se unieron a las ideas de Lavoisier y decidieron vincularse a la revista Annals de Chimien fundada por Lavoisier y su joven discípulo Pierre Adet (1763 – 1834), en el año 1789.
Figura 8. Louis Bernard Guyton de Morveau (Dijon, 4 de enero de 1737 -
París, 2 de enero de 1816), fue un químico y político francés. Su más
importante contribución a la química fue la creación de un método racional de
nomenclatura química, que se sigue utilizando, junto con los también químicos
franceses Lavoisier, Fourcroy y Berthollet.
La gran preocupación que tenía Lavoisier y sus seguidores
era que, hasta su época, el lenguaje de los químicos había llegado a ser
bastante confuso y pintoresco, debido a la ausencia de unas normas mínimas
adoptadas, así nombres como “aceite de vitriolo”, “crema de tártaro”, “manteca
de antimonio”, “azafrán de marte”, “sal amarga”, “azúcar de Saturno”,
recordaban más el lenguaje del arte culinario que el de una ciencia. En 1782
Guyton de Morveau (1737 – 1816) postuló un sistema de nomenclatura en el libro Methode de
Nomenclature Chimie en colaboración con Lavoisier y otros
autores, éste fue publicado en 1787, gran parte del libro consiste en un
diccionario identificando el nuevo nombre de las sustancias y el antiguo, así
gracias a las traducciones, se convirtió rápidamente en el lenguaje internacional
de la química (Brock, 1992). De manera que con la publicación del Methode de
Nomenclature Chimie se establece un lenguaje propio de la química al
desaparecer nombres como el “aceite de vitriolo” que pasa a ser el ácido
sulfúrico, “el espíritu de venus” a ácido acético; el “azafrán de marte” a
óxido de zinc; el “vitriolo de Chipre” a sulfato cúprico entre otros (Smeaton, 1989).
El sistema de Morveau fue expandido por las contribuciones
conjuntas de Lavoisier, Berthollet, y de Fourcroy, aunque claro está solo nos
acordamos de Lavoisier debido a que fue el quien afrontó el debate científico
contra los defensores del flogisto, quienes acusaban a este nuevo sistema de
nomenclatura como teóricamente sesgado. Y pues era cierto hasta cierto punto,
los nombres del nuevo sistema asumían a priori la existencia de los elementos
químicos al interior de las sustancias químicas. Posteriormente Berzelius
asumió las banderas de Lavoisier adaptando la nomenclatura química francesa a
las lenguas germánicas, expandiendo el sistema y adicionando nuevos términos.
La nomenclatura tradicional requería el concepto de
elemento, mas no el de átomo, por lo que la construcción del sistema fue basada
por analogía al sistema de descriptores de la historia natural, el sistema
binomial de Linneo para los seres vivos (Shimao, 1972). Cada especie química al
igual que cada especie biológica recibe un nombre binomial, compuesto por dos
partes, la primera un nombre genérico “homólogo al Género biológico” y el
segundo un nombre específico “homólogo a la especie biológica”. El igual que
con el sistema biológico, el primero de los nombres es el genérico y representa
el TIPO de sustancia a la cual nuestra especie pertenece, es decir, si estamos
tratando con un óxido, un ácido, una sal, un hibrido o un ión. Esta idea
también se extiende a los gases y alótropos que ya hemos trabajado con
anterioridad. Por lo general el elemento más electronegatividad determina el
nombre genérico. El nombre específico representa la sustancia concreta con la
que se está trabajando. Al igual que el nombre biológico, el nombre químico no
debe ser ambiguo, es decir un solo nombre debe representar a una sola especie
química sin ambigüedades. A diferencia de la nomenclatura biológica, el sistema
químico es sistemático, es posible en base a una serie de reglas simples,
deducir los nombres de muchas sustancias reales o teóricas.
Cuando la teoría atómica comenzó a popularizarse fue un gran
momento de eureka, ya que permitió vincular una serie de temáticas químicas que
parecían no relacionadas. La teoría atómica concordaba de forma bastante buena
con muchísimas sustancias, lo cual dio origen a las fórmulas químicas, primero
empíricas y luego, cuando los métodos estequiométricos mejoraron, otros tipos
de estructuras más cercanas. Básicamente se abrió el camino a la capacidad de
contar los átomos en una sustancia y en una transformación química (Connelly et
al., 2005). Poco a poco las técnicas de aproximación teóricas permitieron
predecir fórmulas concretas de varias sustancias binarias como los óxidos y las
sales simples, aunque los nombres para las sales ternarias seguían siendo un
problema. Cuando Arrhenius señaló que la nomenclatura debía preocuparse por las
sustancias cargadas y no solo por las neutras se decidió que estos nombres se
derivarían de las sales correspondientes. Los cationes se asignaron al nombre
del metal y los aniones al del grupo no metálico con respectivos prefijos y
sufijos.
A medida que el número de sustancias inorgánicas crecía el sistema básico de la nomenclatura tradicional cambió poco hasta el final del siglo XIX. La sistematización de cierta manera nació y murió con la propuesta de Lavoisier y colaboradores, por lo que después de que se entablaron las reglas básicas y se ajustaron algunos detalles, el sistema creció más por impulso tradicional que por una verdadera sistematización. Esto es muy cierto especialmente para los nombres de los ácidos no predecibles teóricamente, que adquirieron un sistema de nomenclatura bastante pomposo y muy poco sistemático, lo cual dificulta su formulación, memorización e incluso notoriedad de su mera existencia (Connelly et al., 2005).
Figura 9. Alfred Stock (Gdansk, 16 de julio de 1876 – Aken, 12 de agosto de
1946) fue un científico alemán en Química Inorgánica, primer investigador en estudiar
los hidruros de boro1 y de silicio en el campo de la Química de Coordinación.
También son destacados sus trabajos sobre el mercurio y el envenenamiento por
mercurio. El premio Memorial Alfred Stock es otorgado en su memoria por la
Sociedad de Químicos Alemanes - Gesellschaft Deutscher Chemiker.
En 1892 en una conferencia en Genova se desarrollaron las
bases para un sistema internacionalmente aceptado para la nomenclatura química
inorgánica, sin embargo, para la época lo único que medio se acercaba era el
sistema tradicional. De esta forma el sistema tradicional fue siendo ampliado
con soluciones ad hoc, es decir
soluciones no sistemáticas para usos ultra-específicos que complicaban la
memorización o la predicción. La discusión se dilató hasta el inicio de la
primera guerra mundial, por lo que el problema tuvo que dilatarse (Connelly et
al., 2005). De pronto se llegó a una instancia semejante a la que había dado
inicio al intento de sistematización de Lavoisier, la nomenclatura química se
había vuelto a desorganizar tremendamente, y la nomenclatura tradicional había
adquirido nuevamente tintes no sistemáticos, con la adición de nombres
triviales. Por esta razón en la actualidad a la nomenclatura tradicional
también se la denomina semi-sistemática, y sus nombres, aunque de uso muy
extendido se los considera como triviales en muchas ocasiones.
En este contexto ingresa Alfred Stock (1876-1946) quien
introdujo un nuevo sistema para nombrar a las sustancias, y debido a que gran
influencia, facilidad de uso y amplia aceptación es denominado simplemente como
el sistema Stock en 1919. El sistema
Stock fue diseñado para compuestos binarios con el objeto de
ser un sistema simple, claro y entendible de forma inmediata, así como aplicable
generalmente de forma inmediata. Para 1921 la Asociación internacional de
química pura y aplicada reasumió el objetivo de buscar un nuevo sistema más
racional para nombrar sustancias a nivel orgánico, inorgánico y biológico (Kauffman & Jørgensen, 1985). En 1924 una comisión de
químicos alemanes recomendó que el sistema Stock debía aceptarse sobre el viejo
sistema tradicional con algunas modificaciones.
En lo personal las recomendaciones alemanas fueron igual de
rimbombantes, pues el sistema original Stock era aún más sencillo. En el
sistema original Stock el nombre del metal en la sustancia binaria estaba
acompañado por su número de estado de oxidación en arábigo” como en el caso del
óxido de hierro(2+). Sin embargo, después de 1934 se obligó a Stock a aceptar
que se emplearan numerales romanos en lugar de arábigos para tal propósito,
aunque manteniendo el paréntesis, de forma tal que, en el anterior ejemplo, el
nombre se transformó a óxido de hierro (II). En la actualidad el sistema Stock
sigue siendo muy empleado, especialmente para aquellas especies químicas
fuertemente iónicas y de preferencia de estructura binaria.
A pesar de que la nomenclatura Stock ya llevaba varias décadas circulando, no fue del todo exitosa. El primer reporte de la comisión de la IUPAC para la nomenclatura inorgánica se dio en 1940, casi 20 años después de que fuera formulada, donde al fin se le daba luz verde para ser académicamente válida y por lo tanto objeto de enseñanza en los centros de entrenamiento universitario y en las aulas escolares básicas. Durante los años siguientes la comisión para la nomenclatura inorgánica se fue organizando más y más publicando lo que ahora se conoce como el libro rojo de la nomenclatura inorgánica en los años sucesivos de 1959, 1971, 1977, 1990 y 2005 (Connelly et al., 2005).
Figura 10. El libro rojo es la máxima autoridad en nomenclatura inorgánica, lo
que hacen los libros de texto es retomar algunas de sus indicaciones pero no
todas.
Con el paso de los años la nomenclatura Stock también fue
quedando en desuso en favor de un sistema nuevo, que se conoce como la
nomenclatura sistemática. Aunque al igual que con otras nomenclaturas, se ha
convertido en algo problemático. El problema emerge por el hecho de que los
textos de química no nos introducen la nomenclatura sistemática completa, sino
más bien una mezcla más bien rara del sistema Stock, el sistema tradicional y
el sistema IUPAC para usos concretos (Chang & Overby, 2011; Chang, 2010).
De esta manera los compuestos binarios se nombran por cualquiera de las tres,
pero los ácidos y sales siguen enseñándose casi que exclusivamente bajo el
sistema tradicional, que ya para inicios del siglo XX estaba haciendo agua. En
la próxima sección discutiremos las reglas generales de los tres sistemas de
nomenclatura, enfocándonos en el sistema IUPAC, el cual teóricamente es el que
deberíamos estar enseñando.
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